El Árbol que Seré
Cuando este cuerpo que habito se detenga de vida y fallezca, quiero ser consumida por el fuego purificador de las llamas, verme reducida a un puñado de cenizas blanquecinas, libres ya del pecado de la existencia corporea. Quiero que parte de mí, baile en el humo que ascienda al cielo, contoneándome y dejándome arrastrar por las rachas de aire fresco. Y luego, sin despedidas tumultuosas, ni llantos exagerados, me gustaría que unos pocos me llevaran al bosque y hoyen al pie de un árbol joven, un árbol que esté en la cumbre de traspasar su edad y convertirse adulto, vigoroso y recio, un roble quizás, o puede que un fresno. En esa oquedad se volcará mi cuerpo exiguo, venido a menos. Para que con las primeras lluvias, después de este evento, me trague la tierra hasta las raíces pilosas del árbol y que al beber este del fango, me engulla con los nutrientes y las sales del suelo. Quiero ser la savia bruta y ascender por el xilema, fusionarme con el árbol y ser él mismo por un tiempo, alcanzar la copa y repartirme entre todas las hojas que encaran el cielo. Le habitaré en la constancia, y parte de mí quedará quizás grabada en algún anillo de crecimiento. Pasarán los años y los siglos, y veré cambiar al bosque, a sus habitantes, a sus caminantes, a sus jornaleros. Algún buen hombre fatigado descansará su espalda en el tronco grueso, dejándome sentir una vez más el tacto humano, cálido y sincero. Y un día, el árbol decaerá en la vejez, y su tronco se quebrará, los dos nos quebraremos; una vez más la tierra me tragará, obligándome a permaner latente, ahora inclasificable, desmenuzada y repartida por el sustrato nuevo. Hasta que una joven semilla aventajada, decida crecer y crecer en el mismo lugar, aprovechando el hueco iluminado en el espacio nuevo. Y me volverá a absorver la vida en forma de árbol, y volveré a crecer, en un ciclo infinito, tan perdurable como vida tenga el bosque, que es sin duda, al que pertenezco.
Noelia Velasco